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En los tiempos antiguos, cuando los dioses aún caminaban sobre la Tierra, el reino de Helheim se alzaba en el norte, más allá de las montañas y los glaciares más inhóspitos. Gobernado por la temible diosa Hel, hija de Loki, el reino estaba poblado por las almas de aquellos que habían muerto de manera deshonrosa o sin recibir los ritos funerarios adecuados. Helheim era un lugar sombrío y frío, donde el viento soplaba sin cesar y las criaturas más temibles se escondían en las sombras. Sin embargo, aquellos que merecían el descanso eterno eran recibidos por la diosa con los brazos abiertos y podían descansar en paz para siempre más allá del abismo.

Pero el reino de Helheim no estaba a salvo del peligro. Los gigantes, enemigos ancestrales de los dioses, intentaron en varias ocasiones invadirlo y saquear sus riquezas. Sin embargo, gracias a la astucia de la diosa y la valentía de los guerreros que allí habitaban, lograron repeler cada ataque y mantener el reino a salvo. Con el paso del tiempo, Helheim se convirtió en una leyenda, un lugar de misterio y terror que solo los más valientes se atrevían a visitar, pero que siempre sería recordado como uno de los reinos más importantes de la mitología nórdica.